¿Por qué he escrito este libro?
Durante los años que mi hija sufrió Bullying, estaba aterrada, cada vez que compartía como me sentía con alguna de las personas que consideraba “amigas”, siempre encontraban el momento perfecto para alejarse de mí. Tenían miedo de acabar salpicadas, yo estaba sola y mi hija naufragando en mitad de la tormenta, así que, éramos personas que no conveníamos en sus vidas. Mirar para otro lado, parecía resultarles mucho más fácil.
Sentía vergüenza de mí misma, por no saber cómo acabar con el sufrimiento de mi hija, por lo que ha gente pudiera pensar de ella, de mí, vergüenza cada vez que gente que no conocía, me miraba, vergüenza cada vez que alguien me contaba las atrocidades que se decían de mi hija y de que se las pudieran creer. Vergüenza de todo, de salir a la calle. Si no hubiera sido para intentar lucha cada día por mi hija, creo que ni me hubiera levantado de la cama, la depresión me iba arrinconando.
El odio, la rabia, la frustración… Son sentimientos que comen por dentro, pero inevitables de sentir cada vez que miraba los ojos de mi hija y me daba cuenta de que ya no tenían vida.
La actitud de nosotros, los padres…
Nosotros como padres, tenemos la mayor responsabilidad de inculcar a nuestros hijos a vivir desde el respecto, y no podemos hacerlo, si ven actitudes irrespetuosas por nuestra parte. Para los niños, sobre todo cuando son pequeños, somos su referente y el modelo que siguen.
Ciñéndome a mi propia experiencia, entendí muy bien como los padres podemos influir al acoso que después los hijos introducen en las aulas.
Cuando mi hija tenía 3 años, existían dos madres con las que no congenié (he de decir que nunca entendí el porqué), que volcaron su rabia utilizando a mi hija para hacerme daño. Cada vez que la excluían, la despreciaban, humillaban e insultaban, sus hijas estaban delante, por tanto, no fue de extrañar que, con el tiempo, estas niñas empezaran a tratar a mi hija de la misma manera, convirtiendo su vida en una auténtica pesadilla. Ese comportamiento fue el que “mamaron” desde que eran pequeñas, con lo cual, las faltas de respeto, la exclusión y los insultos, formaban parte de su “normalidad” diaria.
Aunque tampoco hace falta ir tan lejos… Seguro que muchas de nosotras hemos escuchado en esas conversaciones triviales que se comparten con otras madres en los ratos de parque, hablar de otros niños. De lo malos que son, de lo mal que visten, de como son sus padres, de que no son buena influencia para nuestros hijos… Estos comentarios “inocentes” y que pensamos erróneamente que nuestros hijos nunca escuchan, son como un pequeño chirimiri que al principio a penas moja, pero que se puede convertir en una tormenta que cale hasta los huesos, la vida de muchos niños.
¿Esos niños.. Son entonces acosadores?
El acoso es una lacra que hay que exterminar, creo qué en eso, estamos todos de acuerdo.
Tampoco quiero generalizar, cada caso es un mundo, y cada padre e hijo, también.
Pero en mi modesta opinión, hay muchos niños que son acosadores porque es lo que han aprendido de sus padres. Suena duro, quizá raro, pero tristemente mi experiencia no es la única.
Juzgamos al acosador como si fuera una lacra infiltrada en un mundo que aboga por el respeto. Como si al niño se lo hubiera tragado el mismísimo demonio y se adentra en las aulas para sacrificar niños inocentes… Pero quizá, no nos preguntemos que ha aprendido ese niño desde que era pequeño y que valores le enseñaron sus padres. Si podríamos retroceder en el tiempo y ver su infancia, quizá entenderíamos que el culpable no es el niño acosador, sino sus propios padres.
Yo he convivido 5 largos años con esta lacra, adultos sin escrúpulos que no solo convirtieron a mi hija en víctima, sino que sus hijas, también lo eran.
Hay Acosadores… Que también son víctimas
Creo que todos debemos pensar sobre esto. Dejar que nuestros hijos elijan con quien quieren estar y con quien quieren jugar, sin influirles con nuestras decisiones. Si los padres nos enfadamos, somos los padres, no tenemos que volcar en el niño nuestra propia rabia o frustración, porque entonces, estamos fomentado de alguna manera, a educar niños que serán eslabones de una cadena que terminará apresando la vida de algún niño.
Y la culpa no será del niño… Será nuestra.